jueves, 5 de abril de 2007

La Guerra de los 1000 Demonios

"Somos libres para interpretar nuestras circunstancias
y responder a ellas mediante el uso de nuestra inteligencia,
y en esto podemos obrar bien o mal"
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Michael Oakeshott
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Por :: Liz Hinostroza ::
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Ocurrió cuando acababan los días de letargo. Nadie sospechaba que se avecinaba "La Guerra de los 1000 Demonios", que, de no haber sido por San Salmón la sangre hubiera corrido. ¡Pero no! Gracias a la devoción de los diablos verdes por su santo de cabecera sólo corrieron lágrimas.
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Se formaron trincheras; los diablos verdes por la izquierda, y hacia el lado donde el sol iluminaba se encontraban los diablos azules, los unos y los otros envalentonados por la ira y la intolerancia.
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Sonó la trompeta -cual crujir de llaves en la cerradura- y se abrió la puerta del campo de concentración. Los diablos verdes ingresaron sigilosos, temerosos e ingenuos -todos unos diablos verdes-, llevaban las de perder. Los diablos azules más reacios y frenéticos haciendo alarde de ese poder fatal que dan los años de hambruna, tenían fuego en la mirada y veneno en la lengua. Llegó el momento. Los diablos verdes apenas pudieron aguantar cuarto de hora. Sólo aguantaron, apoyados en sus ideales de libertad, valentía, pero sobre todo orgullo. No atacaban, todo fue pura fanfarronería, por dentro el miedo se apoderó de sus ideales.
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Los diablos azules dieron un golpe certero. Sabían de memoria el mapa del corazón de su enemigo, y atacaron por el lado de los recuerdos -un matorral muy espeso y fangoso- cortando la débil brizna que los mantenía en pie, fue el declive de los lastimeros diablos verdes, cayeron de rodillas al piso, ahí fueron pateados hasta caer de bruces, tener la cara en el suelo, y los otros desataban su perfidia haciéndole comer basura.
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En esos momentos los diablos verdes apenas discrepaban sobre algo lejano llamado dignidad, se enjuagaban los ojos porque impedidos de visión se tropezaban ellos mismos. Por ahí un fiero perdido en un agujero negro reclamó la insurrección al miedo, pero era tanta la paliza, tanto el veneno, que poco a poco se diluían en lágrimas. Su trinchera hedía a pena fermentada. Los diablos azules incólumes fueron dominados por las aberraciones más oscuras del infierno y las trajeron al campo de concentración, donde ellos eran los diablos de los diablos. No hubo letra que no fuera pronunciada sin veneno, ni veneno que no haya hecho herido el corazón. Y si de letras hablamos hubo tantas como para volver novela este intento de cuento. Y si hablamos de destrucción del corazón, ese que se encuentra al lado izquierdo, quedaba latiendo queriendo no latir.
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Y con esa fe de desvalido implorando a San Salmón, la guerra terminó cuando los diablos azules hastiados de su propio azote botaron a los perdedores (que posteriormente se volvieron perdidos). Ellos seguían llorando arrojados a la calle que se volvió su patria, y las nubes también lloraron para hacerle compañía.
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No se supo cuantos muertos hubo. Todos verdes ¿o habrá habido si quiera uno azul? Sólo queda en la memoria de los 1000 demonios, con sus 1000 maldades cada uno, con 1000 recuerdos que hubiera querido enterrar en los 2 días de luto ulterior.
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Mosquito + tonto de la
manada de la Oreja de Van Gogh
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Con mucho cariño para el monFu
miércoles 4 de abril, 4 am.

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