Reconocería tu rostro en la calle,
aunque la presentación haya sido corta.
Mientras conversábamos en un papel escribiste tu nombre,
el cual recuerdo con dificultad: "Marya" o "Manarya"?, no lo sé.
Está claro que tenía una M, una A, una R y una Y.
En ese mismo papel escribiste tu número
junto con una nota que decía: "Sí, sí te acepto la taza de café",
aunque nunca te lo haya propuesto.
Por descuido perdí el papel y te pedí que me dieras tu número de vuelta y empezaste a dibujarlo:
" 9 9 4 6 ..."
Eras zurda y escribías de lado.
Las colas de tus nueves parecían alas de gaviotas.
Y cada uno de tus números eran perfectos.
"¿Qué es eso?", te pregunté.
"Es un cero", reíste.
"Ah... se parece mucho a una pera...", comenté.
Reímos juntos.
Dejé de ver los números porque me impresionó tu caligrafía.
¡Me encantó!
Te observaba encantado mientras dibujabas los números con mucha alegría y paciencia,
con suma perfección con un plumón de tinta celeste.
Te observaba.
Me gustó mucho la vincha con detalles folclóricos que llevabas en la cabeza.
Que tu pelo castaño ondulado como el mar, esté limpio.
Que tu sonrisa dejara ver tu alma.
Que tu piel oscura se viera tan suave.
Llevabas también una blusa azul metálico desteñido y una falda larga y ligera.
Venías de una largo viaje porque tus botines tenían tierra
y tenías los pómulos quemados por el sol.
"¿Cuándo te veo?", te pregunté con suficiencia.
"Me quedo dos años por acá", respondiste dibujando una sonrisa en tu rostro.
"Porqué si le gusto no la intimido", me pregunté.
Era obvio que te gustaba.
Ella dispersa en el sofá me prestaba toda la atención del mundo
mientras seguía con sus cosas.
Me sonreía y hacía muecas.
Cansado y confundido me despido diciéndote noséqué,
pero seguro era una invitación para volvernos a ver.
Sigo con lo mío.
Pienso un momento...
Regreso.
Me acerco a ti y te beso.
Aceptas el beso.
Luego lo rechazas,
a pesar de ello te siento sincera.
Te sonrojas pero no bajas la mirada.
Me enamora tu confianza.
"¿Quién eres?" -me pregunto- "¿Porqué me haces actuar así?".
Ella
El sol brillante que se cuela por un lado de la cortina me revienta los ojos.
Me despierta.
Impaciente te busco en los rincones de mi cuarto,
miro al techo,
al lado,
no te encuentro...
¡Putamadre eras un sueño!
Empiezo de vuelta.
Hoy soñé contigo y no sé quién eres.
Eras tan real en mis sueños como si realmente te conociera.
Reconocería tu rostro en la calle,
aunque nunca te haya visto...