Hace un rato leía el post de Jimena (Mi Vecino Mariano) nos contaba acerca de su tio Mariano, de los buenos recuerdos que le trae y lo diferente de su infancia. No sé si habrá querido hablarnos sobre la felicidad de la infancia o de los vecinos en sí, en todo caso se lo preguntaré luego, cuando despierte, ahora son las 6:22 am, que siga durmiendo.
Para efectos prácticos las intensiones de Jimena no serán discutidas, lo cierto es que cada uno lee e interpreta las cosas desde sus propias vivencias. Leer este post me ha hecho pensar y considerar las cosas de poca importancia para la vida agitada que vivimos, pero quizá lo más importante es que me sacó del ostracismo bloguero en el cual me encontraba desde hace más de 3 meses.
Me hizo recordar -a modo de nostalgia- lo lindo que es cuando los olores, sonidos, luces o colores nos transportan sinápticamente al pasado.
Me acuerdo que de chico (antes de los 14 seguramente) cuando entraba a las ofinicinas de los bancos y a tiendas fichas le decía a mi mama: "Ma' huele a Estados Unidos", y es que, para fortuna mía, tuve la suerte de viajar a Gringolandia de pequeño y ese olor, ese ambiente me transportaba automáticamente a Orlando, Miami o Las Vegas. Luego "descubrí" que ese olor a gringo era el aire acondicionado que transformaba el ambiente. (No, no me siento webon). A pesar que ahora sé el porqué de ese olor y ese ambiente especial no puedo evitar pensar que tengo 8 o 9 años cada vez que me topo con un ambiente acondicionado. No lo hago porque quiero, sino porque me hace feliz. ¿Acaso no nos gusta el olor a cuero? Y tal vez sea porque huele bien rico, pero a mi me recuerda a mi padre cuando todavía podía cargarme, cuando era el hombre más fuerte del mundo. ¿Qué papá no tiene su casaca de cuero en el closet? Es básica, es parte de ser padre.
Normalmente asociamos estos viajes al pasado con olores, en mi caso (es mi blog) también los asocio con la intensidad que ilumina el sol y por ende los colores del cielo. Las tardes húmedas o lluviosas me hacen recordar de mis eternas disputas contra Coqui en el cole, en las que siempre nos quedabamos después de los entrenamientos de futbol jugando penales o "tiritos". En honor a la verdad siempre le gané -a pesar que era una de los mejores del equipo-, pero nunca le cobré una apuesta, era lo de menos. En dichas tardes grises como un cuarto grande iluminado con un foco de luz blanca de 60 watts, con vientos frios (imperceptible para los jugadores, implacable para las madres), donde nuestra respiración contrastaba con el aire invisible y la humedad era casi del 96%, se libraba una disputa más grandes que la que Coqui y yo teníamos. El Sol reclamaba su eterno lugar en el cielo a las Nubes, que infinitas veces más pequeñas no dejaban pasar sus rayos. Como pocas veces, pero siempre en la misma época de año -con la complicidad de la Tierra- las Nubes ganaban. Pero no siempre, a veces el astro rey imponía condiciones e iluminaba las nubes con tantas ganas y tan fuerte que el cielo parecía una sábana blanca resplandeciente. Son pocas las veces que pasa, pero pasa. Y cuando pasa me alegro mucho porque nos enseña que así como la vida, por más fea que ésta se ponga siempre encontraremos la luz en nuestro camino, sentenciando para los pesimistas e incrédulos que aunque el cielo gris no ayude el sol volverá a nacer; no enseña todo esto y aparte es un bonito evento .
Para efectos prácticos las intensiones de Jimena no serán discutidas, lo cierto es que cada uno lee e interpreta las cosas desde sus propias vivencias. Leer este post me ha hecho pensar y considerar las cosas de poca importancia para la vida agitada que vivimos, pero quizá lo más importante es que me sacó del ostracismo bloguero en el cual me encontraba desde hace más de 3 meses.
Me hizo recordar -a modo de nostalgia- lo lindo que es cuando los olores, sonidos, luces o colores nos transportan sinápticamente al pasado.
Me acuerdo que de chico (antes de los 14 seguramente) cuando entraba a las ofinicinas de los bancos y a tiendas fichas le decía a mi mama: "Ma' huele a Estados Unidos", y es que, para fortuna mía, tuve la suerte de viajar a Gringolandia de pequeño y ese olor, ese ambiente me transportaba automáticamente a Orlando, Miami o Las Vegas. Luego "descubrí" que ese olor a gringo era el aire acondicionado que transformaba el ambiente. (No, no me siento webon). A pesar que ahora sé el porqué de ese olor y ese ambiente especial no puedo evitar pensar que tengo 8 o 9 años cada vez que me topo con un ambiente acondicionado. No lo hago porque quiero, sino porque me hace feliz. ¿Acaso no nos gusta el olor a cuero? Y tal vez sea porque huele bien rico, pero a mi me recuerda a mi padre cuando todavía podía cargarme, cuando era el hombre más fuerte del mundo. ¿Qué papá no tiene su casaca de cuero en el closet? Es básica, es parte de ser padre.
Normalmente asociamos estos viajes al pasado con olores, en mi caso (es mi blog) también los asocio con la intensidad que ilumina el sol y por ende los colores del cielo. Las tardes húmedas o lluviosas me hacen recordar de mis eternas disputas contra Coqui en el cole, en las que siempre nos quedabamos después de los entrenamientos de futbol jugando penales o "tiritos". En honor a la verdad siempre le gané -a pesar que era una de los mejores del equipo-, pero nunca le cobré una apuesta, era lo de menos. En dichas tardes grises como un cuarto grande iluminado con un foco de luz blanca de 60 watts, con vientos frios (imperceptible para los jugadores, implacable para las madres), donde nuestra respiración contrastaba con el aire invisible y la humedad era casi del 96%, se libraba una disputa más grandes que la que Coqui y yo teníamos. El Sol reclamaba su eterno lugar en el cielo a las Nubes, que infinitas veces más pequeñas no dejaban pasar sus rayos. Como pocas veces, pero siempre en la misma época de año -con la complicidad de la Tierra- las Nubes ganaban. Pero no siempre, a veces el astro rey imponía condiciones e iluminaba las nubes con tantas ganas y tan fuerte que el cielo parecía una sábana blanca resplandeciente. Son pocas las veces que pasa, pero pasa. Y cuando pasa me alegro mucho porque nos enseña que así como la vida, por más fea que ésta se ponga siempre encontraremos la luz en nuestro camino, sentenciando para los pesimistas e incrédulos que aunque el cielo gris no ayude el sol volverá a nacer; no enseña todo esto y aparte es un bonito evento .
No necesariamnete los momentos recordados son los mejores de nuestras vidas -o tal vez sí- pero los instantes recordados dentro de esos momentos sí que lo son.
Creo que esta añoranza por el pasado, este viaje efímero, involuntario y repéntino -que algunos llaman nostalgia- es una defensa de nuestra esencia misma, nuestras almas contra los momentos de tristeza y confusión. Esos momentos que no sabes qué hacer, que todo te pesa, y que lo único que nos motiva es el castigo, la nota o el que dirán.
Recordar y dibujar esos recuerdos entre el iris y la córnea, escuchar en el oído interno (justo entre el utrículo y el sáculo) sonidos a la distancia, repasar años en segundos sin perder detalles esenciales es lo maravilloso de nuestra "defensa" contra esas cosas importantes que no nos hacen feliz.
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[Continuará... ¡TENGO CLASES!]
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[Seamos realista, ¡nunca lo acabaré!]
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